martes, 6 de septiembre de 2011

DOMENICA: sola- tiendas- iglesias- lluvia- iglesias- mudanza- iglesias- miguel ángel


La  cosa es así: yo había reservado a don Bernard (mi anfitrión de Burundi – colonia Belga- pero casado con una tana) una habitación individual por mis seis noches en Roma, pero cuando llegué se habían cambiado los planes… para mejor. Resulta que no sé si porque sobre pobló las simples, o porque le caí muy bien de una, o temía que pudiese quejarme enviando 800 mails como los que había mandado antes de llegar preguntando cualquier boludez… en fin, cuestión que cuando llego, me muestra la adorable habitación con cama grande, interesantes dimensiones, espejito, el baño pequeño pero baño al fin, y hasta un adorable balcón. “Como venís de tan lejos te voy a dar sin cobrar nada extra, esta habitación doble por unos 3 o 4 días hasta que venga gente que la va a ocupar” dijo Bernard cuando todavía me hablaba en su inglés confuso. Tan confuso era su inglés o lo de la habitación que yo temí que porque me acompañaba Christian, se pensara que de repente caía con un regalo.
Pues no, simple cortesía de Bernard.
Como es muy de mi persona, al principio le veía mil cosas desafortunadas, me parecía que olía mal, etc. Con el tiempo pasé a amarla, sobre todo porque era tan cómoda su enorme cama, era tan agradable algunas noches antes de acostarme, asomarme por el pequeño balconcito… porque aunque daba a unas vías de tren y una especie de fábrica o algo así, me encanta poder sentir el aire pesado del afuera… también estaba bueno mirar para un costado y encontrar tremendo pedazo de “piedra” que al final siempre me quedé con la duda de qué habrá sido. “Eso es una de las tantas cosas arqueológicas” dijo una vez indiana jones, mi acompañante, y yo me quedé con esa idea. Salir a ese balcón, en patas, cuando volvía de cenar una pasta y antes de cerrar los ojos me hizo un par de veces caer en la realidad que con el cansancio, a veces se olvida: “estoy en un balcón en roma!!” le grité una vez al Petra como una gansa, mientras él chateaba con amigotes o completaba su blog… porque por si no se dieron cuenta, tenía perfecta conexión a internet y gratarola… asi que además de pieza era un ciber.
Bue… el sábado a la mañana cuando estaba Bernard y antes de salir a desayunar, me acordé de lo del cambio, y ahí el me dijo con su pausado y relajado hablar: domani, domani… onda: no te preocupes ahora, mañana.
El domingo era día solitario. Indiana se iba a recorrer más ruinas y ruinas… en este caso la ciudad amurallada de Orvieto (a una hora aproximadamente de Roma) y yo… ni ahí lo acompañaba!
Y los museos? Y el shopping? Y el arte? Donde estaba esa roma de la edad media para acá?
Cuando me desperté el domingo yo ya tenía la valija armada… para ese entonces ya con Bernard nos hablábamos en esa mezcla de idiomas geniales: inglés- italiano- español. Más que nada él, de un día para el otro empezó a hablarme sólo en italiano.
La verdad es que por cuestiones de señas que él hizo, yo había entendido que la mudanza era hacia la habitación de al lado, o la de enfrente. Bueno, pues no… parece que otra vez, porque le caigo tan bien y se preocupa tanto por mí, en vez de pasarme a una de sus habitaciones “cajón” de un metro cuadrado, me pasaba a otra habitación: “más lujosa y grande”, pero en otro edificio!
La misma calle, sí… pero otro número… un par de cuadras más metido en la parte un poco más “normal” del barrio. [No sé si había contado que el barrio de la terminal o más precisamente este donde estuve, es una especie de china town, con mundo hindú … y cada tanto, sobre todo a las mañanas en el bar donde desayuno, unos tanos laburantes, de esos tan típicos que se toman un mini café que te vuela la peluca de lo fuerte que es, parados, afuera, mientras se fuman un pucho y conversan].
Esa mañana del domingo donde pensaba tomarme la vida más tranqui ya que podía ir a mi ritmo lento y PASEAR, el que me paseó fue Bernard. Mientras me decía que me mudaba y que bla, bla, bla, me decía que el bar de siempre estaba cerrado pero que lo siguiera que él me llevaba a otro (o eso entendí y eso hice). En el medio nos cruzamos con su pequeña mujer italiana que me entiende más que su propio marido. Bernard nos sentó a ambas en una mesa de un bar en la otra esquina, nos preguntó qué queríamos y listo. Fue graciosa o interesante la conversación que tuve con su mujer, no por los temas que tratamos sino porque ella me preguntaba o me contaba cosas en italiano y yo, le respondía y le hablaba en español. Nos entendíamos perfectamente. Yo quizás no hubiese podido traducir exacto todo lo que ella decía, pero nos comunicamos bárbaramente.
“Bueno, entonces vas a pasear… andá tranquila que yo te llevo las cosas de acá para allá. Cuando volves entonces, venís a la misma calle pero al número 52. Alexander te va a atender y te va a decir qué pieza tenes… ahí van a estar tus cosas”. Eso dijo Bernard, eso entendí preguntándole todo 15 veces más una vez en cada idioma de los que manejamos mínimamente y mientras él me pedía las llaves de mi primer habitación.
Me fui con un poco de intranquilidad que se pasó enseguida cuando me detuve a ver dónde corno compraba el pasaje en tren para Florencia.
Con el ticket en la mano empezó mi Roma sola. Me fui hasta la Piazza del Poppolo buscando una de las 40 que iglesias y museos que había marcado, pero no la encontré ni tampoco le puse mucho esmero. Quería caminar, recorrer, meterme en callecitas… o en flor de calles, porque agarré la famosa Via condotti y después la Via del corso donde pasé por vidrieras que muchas de mis amigas adorarían: Bulgari, Armani, Valentino… y el chino de los zapatos que ahora no me acuerdo el nombre.
Cuando me senté a comer y a tomar algo en un bar, porque en realidad me estaba haciendo pis y necesitaba un baño, me di cuenta que entre cuadro, cuadrito, iglesia en pleno centro –desconocida pero de esas onda la catedral nuestra cuando entras-, entre calle y callecita, no había visto ninguna de las obras de arte que quería ver. Me estaba empezado a venir la preocupación sobre: y mis cosas? Cómo le voy a dejar a un desconocido el poder de mis cosas si ni siquiera sé dónde las va a llevar?.
No me podía ir de Roma sin ver el Moisés de Miguel Ángel, asi que con el mapa en la mano, me metí por otras calles cercanas al coliseo. Pasé por la columna de Trajano, esta vez desde otro lado y quién sabe porqué, terminé en el mercado de trajano y el museo de los foros. 11 euros me pedían por seguir viendo arqueología… quizás lo hubiese hecho en otro momento, pero ese día no podía: Miguel Ángel me esperaba.
Que una calle comience con tremendas escaleras son de esas cosas de Italia… o de Europa en general, que me enloquecen, me encantan… aunque al subirlas casi me deshidrato (son siempre súper empinadas, sin descansos… y con el sol del mediodía, matan!).
Subías las escaleras de la calle (genial!) y ahí estabas, en una plaza de esas de cemento, con fontana en el medio… de lejos pero no tanto, el Coliseo, frente a mí, la Basílica de San Pietro in Vincoli.
Oh Miguel! Oh Ángel! Gracias… totales

La lluvia de la noche, el desencuentro con Christian, la nueva habitación moderna- bella pero sin wi-fi, mejor dejarlas afuera.
FORO DE TRAIANO: su columna, que para desasnar a algunos les cuento que en sobre la circunferencia se tallaron diversas escenas históricas. El órden de cada "cilindro" esculpido corresponde a un orden cronológico. Una vez más el arte se une y AYUDA a conocer la historia.

FORO DI TRAIANO- dice más lejos

una de las callejuelas, de esas internas y raras por las que debí meterme

en un lugar escondido, en plena ciudad, a un costado de los foros, está esta plaza o barrio lindo como raro

MOISÉS, MIGUEL ÁNGEL- dentro de la iglesua san Pietro un vincoli